-Ya no vamos a ir a ver a Sabina... Le decía viendo sus ojos transparentes café claro.
Y esa sería la última vez que se mirarían, la última que vez que se decían te amo con los cuerpos desnudos. Se mirarón, con ojos llenos de nostalgia, de esa nostalgía de la que habla Sabina: "No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió". Pero no sólo era la nostalgia por lo que no será, sino por lo que fue, el pasado y el futuro jamás escrito. Ella sentía esa nostalgia en los huesos y en la piel , una nostalgia que le aprisionaba el pecho y si respiraba, dolía. Es lo que sentía, desde que él le dijo – Me siento deshonesto.
Aquél día último que se vierón, ella llevaba días tratando de volver a la realidad, por vivir el ahora con su ausencia, su ausencia que ya era irreparable, pidiendo a los dioses, cualquiera que éstos la escucharan, que el dolor se fuera haciendo poco, ligero, leve, que los días pasarán como pasan los segundos, que su recuerdo fuera de hace diez años y los días en su casa cerca del cielo, su voz, su ternura, su amor, estuvieran alojados ya, en la memoria donde se guardan las experiencias más significativas, y al volver a ellas nos sentimos agradecidos por haberlas vivido, pero los días siempre tienen veinticuatro horas, su día y su noche, su sol y su luna. Para no sentir la lentitud con la que pasaban esos días, ella solo deseba dormir, dormir y dormir, y era lo que hacía para no sentir. Cada noche se le escapaba por los ojos...él, los días compartidos, las noches, los recuerdos, su recuerdo, la nostalgia por lo que fue y por lo que nunca jamás sucederá, se olvidaba de vivir, pero con la esperanza de que llegara pronto el alivio.
Aquél día último que se vierón, ella llevaba días tratando de volver a la realidad, por vivir el ahora con su ausencia, su ausencia que ya era irreparable, pidiendo a los dioses, cualquiera que éstos la escucharan, que el dolor se fuera haciendo poco, ligero, leve, que los días pasarán como pasan los segundos, que su recuerdo fuera de hace diez años y los días en su casa cerca del cielo, su voz, su ternura, su amor, estuvieran alojados ya, en la memoria donde se guardan las experiencias más significativas, y al volver a ellas nos sentimos agradecidos por haberlas vivido, pero los días siempre tienen veinticuatro horas, su día y su noche, su sol y su luna. Para no sentir la lentitud con la que pasaban esos días, ella solo deseba dormir, dormir y dormir, y era lo que hacía para no sentir. Cada noche se le escapaba por los ojos...él, los días compartidos, las noches, los recuerdos, su recuerdo, la nostalgia por lo que fue y por lo que nunca jamás sucederá, se olvidaba de vivir, pero con la esperanza de que llegara pronto el alivio.
¿Por qué ella osó en enredarse en sábanas ajenas? ¿En vivir una realidad a medias? ¿En querer despertar bañada por los rayos de sol, y dormir iluminada por la luz de luna junto a él? Porque ella lo ama a pesar de que él siempre le decía: –Sé que me quieres, pero sé que no me amas, el amor es otra cosa. ¿Qué es el amor... ? ¿Las páginas de un libro serán la respuesta?
¿Por qué él no se arriesgó? ¿Por qué no le pidió ir con él...? ...Porque no la ama.
Quisiera ser Teresa, como el personaje en el libro de Kundera, en su insoportable levedad ¿Él tendrá algo de Tomás? Se casó con Teresa para aminorar su culpabilidad por sus eternas infidelidades, para calmar las dolencias de Teresa. Para él, el amor por Teresa no cambiaba en absoluto, a pesar de sus múltiples amantes, se acostaba con diferentes mujeres, pero solo quería dormir con una sola...junto a Teresa.
Ella definitivamente no es Teresa.
¿Se puede sentir amor erótico por varias personas, ese amor en el que se comparten los días y las noches, la cama y la mesa, la felicidad y las lágrimas, la quietud y la pasión, la rutina y la sorpresa, la armonía y la guerra, la intimidad de una casa y la libertad de las calles, del mundo...? Él la ama, pero no como ama a la mujer que vive con él.
Ella le pidió que la abrazara, hacía ya meses que no se veían. Las manos dejarón caer las cosas que estorbaban para acecarse y poder abrazarse como lo hacían cada vez.
– Déjame verte, le dijo él. Y sus manos rodearón la cara de ella.
–Déjame ver esos ojos. La observo por unos momentos, la miro con sus ojos transparentes, tenía esa misma mirada que le gustaba observar a ella, cuando ellos se decían te amo, viéndose uno al otro después de hacerse el amor.
La miro y exclamó – ¡Te ves bien! Pero él no tenía idea, no sabía de los días tan insoportablemente lentos que le pasarón por encima.
Después de abrazarse, de besarse, de aspirarse, caminarón por la plaza de la ciudad, por las calles de una ciudad que dicen la trazarón los ángeles, en busca de un sitio más íntimo para volver a sentirse una vez más, y ese caminar juntos, para ella fue como el día en que se conocierón, y los muchos más que le siguierón, en los que caminaban entre andenes y calles de la más inmensa ciudad de México, calles iluminadas a veces por la luz de la noche, a veces por la luz de la mañana y otras por la de la tarde, hasta su casa, esa casa que era de ellos por un par de días, cada mes, desde la noche aquella que el amanecer los sorprendió desnudos.
El día que se conocierón, seguramente no se les olvidará, porque la memoria registra los momentos que consideramos importantes, trascendentes, los momentos que marcan nuestras vidas, y ese día se guardó en sus memorias y muy seguramente en sus cuerpos, en su piel... por la mágia, por la entrega, por la intimidad, por la pasión y la ternura que ambos se compartierón, que ambos se regalarón, por ser dos almas desconocidas conociéndose al hacerse el amor.
...Ni a la playa, ni al desierto... Continuaba diciéndole, pero ya no veía sus ojos transparentes café claro, la mirada de ella se perdió por unos momentos en el piso de aquel cuartito de alquiler.
Se despidierón. Él tomo el autobús... Ella caminó ...
El día que se conocierón, seguramente no se les olvidará, porque la memoria registra los momentos que consideramos importantes, trascendentes, los momentos que marcan nuestras vidas, y ese día se guardó en sus memorias y muy seguramente en sus cuerpos, en su piel... por la mágia, por la entrega, por la intimidad, por la pasión y la ternura que ambos se compartierón, que ambos se regalarón, por ser dos almas desconocidas conociéndose al hacerse el amor.
...Ni a la playa, ni al desierto... Continuaba diciéndole, pero ya no veía sus ojos transparentes café claro, la mirada de ella se perdió por unos momentos en el piso de aquel cuartito de alquiler.
Se despidierón. Él tomo el autobús... Ella caminó ...
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