Pequeñas gotas golpean los vidrios del gastado, cansado y bendito microbús que lleva a éstos pasajeros y a otros y a mí, a lugares que puedo imaginar y los que no imagino siquiera, sentada a la mitad del micro que espero, a veces con una enorme ansiedad, esa ansiedad o desesperación o deseos de que aquel transporte te lleve de un salto a tu destino, ya sea al descanso que da un sillón rojo o verde o amarillo, al calor de unos brazos, al fuego del beso del amante o al tierno beso del hijo, al acogimiento de un hogar, a la intimidad de la cama marital o a la soledad de una cama para uno, por qué no, también hay días que queremos llegar a la soledad, para qué, eso, eso lo sabrán, cada una de las personas que van dentro de este micro y por qué no, también las personas de todos los microbuses de la ciudad, y por qué no decir del mundo, si así se les cataloga a éste tipo de vehículos en el mundo.
Y habrá varios más destinos a los que se dirijan estas personas, algunos días querrán llegar rápido, aprisa, de pronto, en un parpadeo, en un respiro, otros ni llegar quisieran, van con la desgana de no llegar, las no ganas de llegar a la rutina, a lo de siempre a lo de todos los días, a ese sillón rojo, verde, amarillo, talvez escribo de más, de lo que no me corresponde, no puedo generalizar, pensar lo que piensa cada una de estas personas, personas que como yo, esperamos en movimiento, esperamos mientras pasan los minutos, esperamos mientras pasa el tiempo, esperamos llegar, llegar, a dónde, no se sabrá… no sabré, imagino, voy imaginando, voy concluyendo, voy dialogando con esa otra yo, mientras observo desde mi asiento como se dibujan en las ventanas del microbús las gotas de lluvia de esta tarde lluviosa.
Mira, ahí va la madre con su pequeño corriendo para atajarse de la lluvia, lluvia que no importa a esos dos muchachos, calculo como de veinte, caminando como si el día fuera soleado tomados de la mano, el perro callejero que pasa la carretera como si supiera cuando el semáforo esta en rojo, lo observo con ternura que poco a poco se va convirtiendo en un dejo de tristeza, pobre perro, conozco a personas que llevan a sus casas a perros vagabundos, un día, Alguien y yo íbamos caminando igual como los dos muchachos que caminan como si el día fuera soleado, pero con la diferencia de que ese día si era soleado, y estaba ahí un perrito asustado a lo orilla de la carretera, dijo Alguien ya tengo muchos perros, pero no lo podemos dejar aquí, me lo llevo a mi casa. Si yo bajara del microbús y me llevará a todos los perros asustados a mi casa… si yo bajará...
Si yo.... muchas cosas...
El mismo recorrido, los mismos lugares, el bache el de siempre, las personas diferentes, los sentimientos distintos cada instante.
Y las ideas que pasan por mi mente, son líneas que se cruzan, pasan unas por debajo de las otras, se enredan, se hacen nudo, se enredan hasta hacerse una maraña, las voy desenredando o enredándolas más ya sea el caso, y las voy escribiendo al aire, cuidando que no se caigan y lleguen salvas hasta aquí, aveces lo logro, pero la mayoría de aquellas ideas se quedan suspendidas, atrapadas en el interior de éste y de otros cientos de micros, o se las llevan consigo cada personaje cada escena que observo a lo largo del trayecto.
Me levanto de mi asiento, anticipo la parada, la parada, mi destino de hoy.
Sigue lloviendo y camino como si el día fuera soleado, pero con la diferencia de que camino solo yo.
La lluvia mojando mi cara y mi pelo y mi ropa, y tengo y siento tristeza, no sé por qué, si es por estar sola en un día lluvioso y caminar como si no lo fuera, o por lo que observo cada día en las calles, o por la ausencia que es también como una muerte.
Toco la puerta, entro…
Dejo por el momento a mi otra yo.
Escucha a Real de Catorce del disco Tiempos Oscuros:
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