sábado, 4 de junio de 2011

MientrasDormías

Dos o tres de la madrugada.

Dormías y a tu lado me dejaba llevar por la noche que sobre nosotros y la mitad del mundo pasaba, tú no la veías, pero dormías en ella, y yo caminando sobre ella continuaba despierta, veía pasar a interminables  segundos, preguntándome cómo es que aquello tan mínimo y fugaz  le va dando forma a eso que llamamos tiempo, tiempo… tiempo, tiempo…

Dormías, y a mí, tú me mantenías despierta, observaba la fina y delgada silueta que perfilaban las sabanas sobre tu desnudez, a veces observaba sólo tus ojos cerrados y escuchaba tu pausada respiración, otras me acercaba a ti y me aferraba a tu cuerpo caliente, o algunas muchas otras, a tu cuerpo cansado después de venir/te/nos, una y otra vez, y otras tantas interminables veces más; tú durmiendo me mantenías despierta la mayoría de los fines de semana que en tu casa me perdía, porque sí, en eso me convertía al llegar a tu casa, en una bien y completa  p e r d i d a;  me perdía en los excesos, me embriagaba hasta los amaneceres de tu piel, de tus besos, del humo de tu cigarro, del aroma de tu sexo, de la jamás pensada por ambos, armonía de nuestros cuerpos, para mí eran excesos porque jamás nadie cuando me encontró me perdí hasta la sinrazón, me perdí en la libertad de ser mujer y de paso te llevé conmigo, en este punto diría entonces que ambos nos perdimos.

Algunas otras veces, mientras dormías cuidaba de no interrumpir tu sueño, muy sigilosa y casi juguetona, me levantaba de la cama, eso sí, no me incorporaba completamente porque corría el riesgo de darme tremendo golpe en la cabeza con el techo, golpes de los que al principio  no me salve y al final tampoco, esa idea de que el techo en general este construido algunos muchos centímetros arriba de nuestras cabezas, le causo algunos golpes a la mía; me gustaba tu casa, por ahí debió quedarse un arete en forma de corazón, un trapito de baño amarillo, mis pasos desnudos por las escaleras y por toda la casa, mis manos sobre tu mesa deteniéndome  de la fuerza de tu cuerpo que se volcaba sobre el mío, mis ojos y mis besos, mi voz y mi sonrisa, -qué hermosa sonrisa tienes chica - dijiste aquella primera vez, mi aroma, mi  perfume, el olor …el sabor, -sabes riquísimo, aún conservo el sabor,  los guardaste en cajitas de cartón, o quizá los tuviste que tirar, que barrer, que limpiar, que borrar, tu casa ahora es de otro color y de otro calor…  Entonces bien despacio, sin hacer mucho ruido y cuidando que mi cabeza no tocara el techo, bajaba  las escaleras, ¡ah! y desnuda, me paseaba  por todo el piso de abajo,  así tal vez  me daría un poco de sueño, tomaba un yogurt del refri, de esos que comprabas para mí, o agua, o lo que tuvieras, jugo, lo bebía mientras observaba por la ventana a una partecita, pequeñísima partecita de la ciudad de madrugada, veía la noche y veía tus libros, el des-orden de tu mesa, la foto, detalles, me paseaba sin sueño y sin aclarar  mis pensamientos, mis sentimientos, mi sentir, ahí al centro de  esas cuatro paredes, debajo de ti, alguna vez lo dije; me sentía  dentro de una novela, una de tantas novelas de los libros que me prestabas cada vez que iba a perderme contigo, leí la última página y  no hay más.

Quizá por eso ahora, caminar descalza por el suelo frio de mi cuarto,  de mi casa… desnuda, bañarme con la puerta abierta, provoqué en mí una dulce nostalgia... quizá por eso,  quizá...

Algunas otras, mientras dormías vacilaba entre despertarte o esperar con mis deseos aún calientes, con más ganas de ti  hasta el amanecer, a veces el sueño calmaba la urgencia de tenerte  una vez más, pero aquella vez, no resistí y me hice el amor, te tocaba sobre las sábanas muy despacio, no quería despertarte, sólo quería sentirte mientras evocaba las palabras, las  caricias, las imágenes  de algunos minutos antes… mientras mis dedos se perdían... se hundían...

Desde que ya no te veo más, me gusta dormir completamente desnuda, no logró descubrir la razón del por qué así...te sienta tan cerca.