Una caminata por el centro de la
ciudad, me gusta, sin dinero en la bolsa, apenas para comprar una bolsita de
papas con salsa casera, comprar una
flor de dulce al chico universitario que
las vende de a diez pesos, y para el pasaje de regreso a casa… Entonces sí
que tenía al menos unos treinta pesos en
la bolsa, pero para caminar hasta el zócalo bastaron mis pies cansados por el
trajín del día de trabajo, o si lo veo de un punto de vista más optimista, sólo
bastaron mis pies desnudos que a veces les da por caminar entre las nubes.
Con treinta pesos y mis pies que
de vez en vez les da por estar lejos de la tierra, camino por la dos oriente,
creo que esa es la calle, que mala soy para dar direcciones, pero sé llegar, eso cuenta, ¿no?, pobre del perdido o perdida, o mejor
llamémosle extraviado o extraviada, eso de perdida me suena muy
despectivo, ¡pobres! , si se acercan a preguntarme alguna dirección, acabarán
más confundidos, extraviados, enredados y demás, pero no siempre es así, es peor, pues aquel turista (nacional ), que
le pregunte a una poblana, dónde queda esto, dónde queda aquello, ya sea museo,
calle, restaurant, cafetería o alguno de
tantos lugares emblemáticos de la ciudad
y no saber dar las señas precisas,
sí que es un poco penoso… Los que
me conocen sabrán de lo que les hablo.
Camino por la dos oriente hacia
el zócalo, no recuerdo desde cuándo es que me da por observar, quizá a algunos
les parezca que soy distraída, poco observadora, quiero pensar que pueda ser
porque no todos le prestamos atención a las mismas situaciones, puedo ver las
hojas de los árboles caerse por el viento, y el de a lado verá como el viento
revolotea el cabello de la chava al otro lado de la calle, el cabello, quiero
pensar que es su cabello, y no su pequeña falda… Y observo las fachadas de los edificios, veo
de lado a lado de la calle mientras voy comiendo mis papas, el
viento en la cara, y los sentimientos que se me ahogan dentro…
Después de unas calles, enfrente
de mí, el zócalo adornado aún con motivo de las “fiestas patrias” (sí, así con minúsculas),
busco una banca o un lugar vacío donde pueda sentarme, pues el zócalo a esas horas ya se encuentra muy concurrido, es
fin de semana… Encuentro un lugar vacío entre un chavo que tiene en sus manos
una cámara fotográfica profesional y una chica con su celular en la mano que se
ve espera a alguien, y ahí entre ellos, yo. Yo con una bolsa de papas, una
paleta de dulce, mis pies cansados, y la idea de hacerle la plática al chavo de
la cámara, un tanto inquieta por cómo empezar la conversación, qué le
preguntaré… ¿Eres fotógrafo? ¿Estudias fotografía?, mientras yo me contesto,
Pues obvio, a alguna de las dos, le diré sólo un ¡Hola! Desde su lugar le toma fotos a la catedral, mientras no le atino a la
pregunta para empezar una platica, mientras enfrente de nosotros pasa todo tipo de personajes, tantas
caras, me gusta ver la forma de vestir, como traen el pelo, sobre todo los chicos, que
de pasar al sencillo casquete corto o peinado de raya de lado, pasaron al pelo
largo estilizado con gel, con secadora o demás productos que según son para el
cuidado de la belleza… esto me hace pensar en que leerse un libro también cuida nuestra belleza,
claro, otro tipo de belleza. Y entonces observo a la gente que pasa frente a mí mirada que se pierde en la manera de caminar,
en sus ropas, en sus sonrisas, en sus rostros despreocupados, en sus rostros
tristes, en las burbujas de jabón que se rompen en el aire, en el sonido de las
campanas de la Catedral, en la música del campamento de los #YoSoy132, en los
novios que se besan, en los ancianos que se toman de la mano… somos tantos… ¿Dónde estará a el que busco? pienso... Regreso mi atención al chico de la cámara,
me decido a decirle un ¡Hola!, o al
menos a preguntarle la hora, pero al instante guarda su cámara, suspira profundo y se
va… la chica que está a mí otro lado
sigue esperando y mandando mensajitos desde su celular, veo el mío, las 8:00 pm,
no quisiera pero no he comido, y sólo llevaba treinta pesos, menos unas papas y
una paleta de dulce, me pongo mi abrigo, quizá llueva...
Me levanto de la banca
y empiezo a caminar de regreso a casa... ahora me convierto en la que es
observada…
Quizá, ahora alguien me observe desde lejos…