lunes, 26 de noviembre de 2012

Estás tan lejos...

Volví a tener un sueño en donde apareces
 ese sueño que te conté
y en el que estás tan lejos…

Pienso en ti, como hoy, en esta noche fría, apenas salgo de la casa y el viento invernal me acaricia la cara y traspasa mi ropa, no sé la razón por la que me siento triste, sola y triste, ¿será porque este frío invita a la nostalgia...? Y entonces me sorprendo diciendo tú nombre en medio de la calle oscura, desolada y oscura a esas horas de la noche, y digo tu nombre después de un suspiro que nace desde lo más profundo de mí, mientras camino con pasos lentos, pues al nombrarte es inevitable pensarte… y es cuando mí imaginación, o serán mis deseos más profundos los que me invitan a pensarte conmigo…

Me imagino pues, que vamos por diez pesos de “algo” para cenar, que vamos al parque, o al cine, que te veo trabajar, que despertamos juntos, que vas por mí al trabajo, o me hago  preguntas como ¿qué estaríamos haciendo ahora?,  no evito que mis ojos se humedezcan… y entonces  quisiera correr desde esta calle entrar a mí casa hacer mis maletas  y llegar contigo… tengo tantas ganas de ti… qué me iría a donde tú… Ahora no sólo el frío toca mí cara, algunas lágrimas se escurren lentamente desde mis ojos, las borro  de inmediato con mis manos,  pero ¿cómo desvanezco mis deseos…?

Todo se desvanece cuando veo las cosas como son en realidad… Tú estás tan lejos y no sólo en la distancia… estás lejos  de mí…

Sin embargo, sigo pensándote algunas veces… 
casi siempre…

lunes, 19 de noviembre de 2012

El frío de invierno


¡Qué frío…!  En unos minutos y la una de la madrugada marcará el reloj de pared que está colgado en la pared, el ligero tic -tac que emite el movimiento del segundero, se pierde con la mezcla de sonidos que escucho del motor del refri, de la pc, de algunos coches a lo lejos y de la tv encendida  sin prestarle atención, es una película tal, en un canal tal. 
Dejo prendida la televisión, para no percibir tanto silencio, para no sentir  la soledad que me acompaña y de la que me percato casi siempre a estas horas, y en algunas del día.
No, no abro  el reproductor de música, por una extraña razón que no me explico, últimamente casi ya no escucho música. Tengo en la cabeza tantas cosas, que no disfruto de mí lista de reproducción enorme. Quizá deba de escucharla más en estos momentos, pues la música me toca las fibras del alma… Abro mí reproductor y elijo “contraley”, al paso de los tracks, el frio traspasa mis zapatos y congela mis pies, después de algunas horas aquí sentada frente a  la pc, mientras el  tic-tac del segundero marca más de la una, considero que ya es hora de irse a la cama.


La casa de mis padres es un congelador en estos últimos meses del año y los primeros del año siguiente, o para ser más específica, en lo que dura el invierno, esa frase me suena, mmmm ¿En qué canción… de quién… ? Yo tengo que andar con suéter desde que empieza a atardecer, sin exagerar,  hay días que desde las dos de la tarde, ya ando con suéter encima.

Después de apagar la pc, la tv, la estufa, revisar que las puertas de la casa estén cerradas con llave, apagar las luces, a veces, antes o después de todo aquel ritual, me lavo los dientes, me la lavo la cara, si tomé agua  voy al baño, si tengo hambre me preparo algo ligero, o si es día del señor de los elotes, me compro uno, y alguna otra cosa que se hace antes de irse a la cama, hablar por teléfono por ejemplo, o salir a la calle echarle un vistazo al cielo y ver si no hay objetos voladores  no identificados merodeando por el estrellado cielo, ¡Esto es cierto, yo lo vi! Tengo evidencias y a dos testigos: un video y a mis padres.

Segura de que deje todo bien cerrado  y a oscuras, me subo a mí cuarto y me dispongo a irme a la cama. En lugar de quitarme la ropa, me la pongo, pues después de deshacerme de  mí pantalón de mezclilla, la blusa, el suéter, el abrigo, los zapatos, los lentes, los aretes, me pongo encima  mis calcetas, pants de esos calientitos de algodón, playera y una sudadera.  Y es así que me meto a la cama, misma que tiene cuatro cobijas, la colcha y una cobija aparte que pongo  a la altura de  mis pies, mis pies es la última parte de mí que se calienta…(en el buen sentido ¡eh!), pues en noches como ésta bien friolentas, mis pies amanecen igual de frios como  los tenía antes de acostarme y aunque tenga calcetas y todas las cobijas de mi casa encima.
Hay un ligero inconveniente a eso de dormir calientita, con tanta ropa encima y todas esas cobijas, no puedo ni moverme, así como me acuesto, amanezco, toda envuelta como un tamal, pero el frio sí que no entra en mí cama, excepto por mis pies que no se me calientan.

Pero en los meses calurosos…
La casa de mis padres es de la más fresca y antojable que conozco, y cuando me voy a  la cama me despojo de toda mi ropa, sí, de toda, a veces dejo mi ropa interior, sólo a veces,  y me tapo con una  cobija ligera  que casi siempre termina en el suelo…
Me gusta dejar la ventana abierta para dejar paso al aire fresco…

Me gusta sentir ese ligero aire que entra por mí ventana y toca mi desnudez. 

domingo, 11 de noviembre de 2012

Esa pregunta...

Te observaba desde el asiento de adelante de tu coche, ese asiento que no es el del conductor.  Con ese caminar tan particular tuyo, llegaste a la puerta de tu casa para abrirla de par en par y disponerte a guardar el coche.

Yo te veía caminar el pequeño tramo de distancia que hay de la  banqueta a la puerta de tu casa, quizá llegar, tomaba menos de un minuto, algunos cuantos pasos, en ese lapso de tiempo, mientras te miraba, me preguntaba si estaba lista para amarte, ¡Quiero amar a este hombre!
¡Listo! Las puertas  de par en par, el Jonás  feliz por tu llegada, y yo siguiéndote con la mirada de regreso al coche te sonreía, porque ya tenía la respuesta. Volviste a encender el motor  y nos estacionaste en la cochera.

No era la primera vez que me hacía aquella pregunta, ni la primera vez que esa misma pregunta, se me quedaba atorada entre el corazón, sobre la piel y en todas mis ganas  y deseos.
Fue una noche, fue antes de tocar nuestras manos, antes de nuestro juego de manos. Íbamos de regreso a casa, a tú casa, y recordaste que el Jonás ya no tenía croquetas, entonces comprarías una lata de atún, buscaste una tienda abierta, estacionaste el coche, saliste de él,  y yo te veía caminar hacia la tienda desde el asiento delantero del auto, desde ese, que no es el del conductor, y otra vez, tú, y tú caminar, y fue ahí que me hice aquella pregunta por primera vez, ¿Amaré a este hombre...? ¿Ya estaré lista para hacerlo?

Yo, siempre tan mala para hacer planes, te fui queriendo, me di la oportunidad de amarte…

Te empecé a querer, al poco tiempo quise vivir contigo…
Tú sin saberlo, te metí en mí vida…

Y yo sin saber, que conmigo...
 no tenías planeado volar…

jueves, 1 de noviembre de 2012

Mis piernas...


Once diecinueve de la noche, minutos antes que  me tendí en la  cama de mí cuarto para  revisar  mi libreta donde suelo escribir las cosas curiosas que luego de vez en siempre tengo en esta cabeza mía,  esta casi nueva y es de color azul,  hace poco la compre, pues la anterior ya no tenía  hojas disponibles para mis curiosidades,  y esta  nueva, apenas tiene algunos esbozos de lo que suelo escribir, algunas direcciones, teléfonos  y su letra…

Leía lo poco que he escrito en ella, no tarde muchas hojas en llegar a esa  en particular, en la que él escribió en aquel último día que lo vi: “Hola Adriana, ¿Cómo  has estado? ¿Cuándo vuelves?  ¿Qué sientes de tener 36?”  Releo,  mientras pienso en voz baja ¿Volveré?...

Sobre mí cama, mis piernas delgadas y desnudas, a el resto de mí cuerpo lo cubre una playera azul… prenda que tengo hace ya un par de años, la conseguí en esos días cuando conocí a Bukowski y a José Agustín… tipos de lo peor. 

Mis ojos se quedan un largo tiempo en aquellas preguntas impresas en una de las primeras hojas de mí libreta, aquel día me dijo que no le gustaba mí letra, lo rete a que escribiera su nombre, escribí el mío primero  y le dije que hiciera lo mismo en el siguiente renglón con el suyo, para  tener un punto de comparación.  Y así  quedó en aquella hoja  su nombre escrito y esas tres preguntas que no conteste. 
Él dejo su nombre y tres interrogantes, yo,  deje mí bufanda, una cajita que guardaba  una taza, mí ropa interior de color rojo, mis fotos, mis películas… ¿mí perfume?... 

Cambio las hojas de mí libreta, mientras hago el recuento de mis cosas no perdidas, no olvidadas en su casa.

Entre mí libreta  un ticket del banco me cambia de escena:  Tres mil pesos y cachito, el monto del retiro, de cuando me quedaba tiempo extra. –No extraño mí trabajo, extraño el tener dinero-  Esa palabra, “dinero”, me hace regresar las hojas a donde apunté la dirección para ir a la entrevista del lunes… ¡ojalá! Pienso.

Afuera los vecinos tienen una fiesta, la música, por cierto no es tan estruendosa como la de los años anteriores, pues esta vez los vidrios de mí ventana no retumban al son de las cumbias ni de las salsas. Cada año le celebran el cumpleaños  al vecino,  que tendrá como sus sesenta y algo, pero creo que tiene  más de “y algo”.

Sobre mí cama yo y  tres libros sin leer, uno de ellos casi menos de la mitad, el otro apenas unas cuantas páginas, y el otro nada. Hace tiempo que no me leo un libro en menos de un par de semanas, estos tres los compre casi a principio de año… ¿Qué me pasa? ¿Qué me ha pasado? Estar en un trabajo  en el que ya no daba para más, llegar sin ganas a casa, la presión arterial alta, dolores de cabeza… enferma casi todo el tiempo… todo aquello me suena en la cabeza, me hace ruido,  mientras observo mis piernas no tan largas y desnudas cruzadas sobre la cama, mi espalda recargada en mi almohada que a su vez esta recargada en la  pared de mí cuarto,  desde esa posición mis piernas las veo hermosas, delgadas y cortas, pero me gustan.

Dejo mi libreta  e intento retomar la lectura del primero de esos tres libros, pero sólo logro leer algunos cuantos renglones, y eso de las últimas páginas para saber si el final esta interesante, parece que sí, pero mi atención se desvía a mis piernas sobre la cama,  a los recuerdos que me trae mí playera azul, a su  pregunta que me hizo en esa última visita “ ¿Cuándo vuelves?” y a las mañanitas que hacen de fondo musical a el cuadro que esta noche  hago de mí,  semidesnuda sobre la cama…