Te observaba desde el asiento de adelante de tu coche, ese
asiento que no es el del conductor. Con
ese caminar tan particular tuyo, llegaste a la puerta de tu casa para abrirla
de par en par y disponerte a guardar el coche.
Yo te veía caminar el pequeño tramo de distancia que hay de
la banqueta a la puerta de tu casa,
quizá llegar, tomaba menos de un minuto, algunos cuantos pasos, en ese lapso de
tiempo, mientras te miraba, me preguntaba si estaba lista para amarte, ¡Quiero
amar a este hombre!
¡Listo! Las puertas
de par en par, el Jonás feliz por
tu llegada, y yo siguiéndote con la mirada de regreso al coche te sonreía, porque ya tenía la respuesta. Volviste a encender el motor y nos estacionaste en la cochera.
No era la primera vez que me hacía aquella pregunta, ni la
primera vez que esa misma pregunta, se me quedaba atorada entre el corazón, sobre la
piel y en todas mis ganas y deseos.
Fue una noche, fue antes de tocar nuestras manos, antes de
nuestro juego de manos. Íbamos de regreso a casa, a tú casa, y recordaste que
el Jonás ya no tenía croquetas, entonces comprarías una lata de atún, buscaste
una tienda abierta, estacionaste el coche, saliste de él, y yo te veía caminar hacia la tienda desde
el asiento delantero del auto, desde ese, que no es el del conductor, y otra vez,
tú, y tú caminar, y fue ahí que me hice aquella pregunta por primera vez, ¿Amaré a este hombre...? ¿Ya estaré lista para hacerlo?
Yo, siempre tan mala para hacer planes, te fui queriendo, me
di la oportunidad de amarte…
Te empecé a querer, al poco tiempo quise vivir contigo…
Tú sin saberlo, te metí en mí vida…
Y yo sin saber, que conmigo...
no tenías planeado volar…
no tenías planeado volar…
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