domingo, 11 de diciembre de 2011

EnElMetro


Llegas a Escuadrón, tomas el metro y  te bajas en Salto del Agua,  me esperas bajo el reloj a las 10:00, tenía una cita.   

No tenía idea de cómo llegar, pero se las arreglo  pidiéndole al chofer del pecero que le avisará cuando  ya estuvieran en la dichosa parada de Escuadrón,  ¿Me pude decir dónde me bajo para ir a la Escuadrón 201?, fueron sus palabras de aquella chica que andaba no tan perdida en las calles del DeFectuoso.  No fue un recorrido largo, poco menos de  quince minutos, de ello se percató al escuchar  al acompañante del chofer preguntar,  ¿Quién baja en Escuadrón?, y de inmediato afirmo: ¡Aquí es!  ¿Y ahora, hacía dónde camino?, no fue problema, lo de menos era preguntar a los pasajeros que también se habían bajado del pecero, pero no quería parecer que andaba perdida, desubicada, o  una pobre chica desamparada,  que no sabía  andar por esas conocidísimas (seguramente) calles del  DF, que por una parte así es,  opto por seguir a la gente,  si aquel acto borreguiano (¿existe esa palabra?) no  daba resultado, no le quedaba otra que preguntar.

No tuvo que preguntar,  siguió a la multitud y ahí estaba, bien lueguito  la estación.

Bajo las escaleras con pasos lentos y seguros, tranquila, porque no quería parecer que no sabía ni por donde andaba, pero, ¿Quién, entre tanta gente, la volteo a ver siquiera?, nadie seguramente,  entre la vida tan acelerada, la prisa de llegar porque los minutos del reloj  no se detienen, entre tanta gente, que siempre ve tanta gente,  qué más da uno más.
Nadie la vio, nadie la recuerda, pero ella sí recuerda a la chica que da los boletos del metro, se formó en la fila para comprar los boletos, no sin antes preguntar, ¿Cuánto cuesta el boleto?, tres, le dijo la chava que tenía el lugar último de la no tan larga fila.
Dos, por favor, pidió dos, aunque sólo ocuparía uno, compro otro por si me paso, me pierdo, o por lo que sea qué suceda, pensaba ella. 

Tomo sus boletos, puso uno de ellos en la maquinita esa, que te deja pasar,  y espero  el metro, lo abordó, hace ya tiempo desde la última vez que había viajado en metro, no le dijeron cuántas estaciones tenía que pasar hasta llegar a Salto del Agua,  se encontraba algo nerviosa, que aunque tenía aquel boleto salvador de sobra, pues andar sola en el metro sin  tener  idea de  a dónde vas, resulta ser una situación que tiene su toque de emoción por ser algo desconocido, pero también da algo de miedito.

Atenta a los nombres de las estaciones cada vez que se detenía el metro, recordaba todas aquellas veces en las que acompañada se subía  al  gran monstro subterráneo con dirección a dónde la llevará aquél tipejo de lo peor, que conoció en una de las tantas escapadas al DF, hace tanto, pero ahora iba en busca  de “algo” de “alguien” ¿qué, quién?,  eso lo sabría a las 10:00 a.m.  bajo el reloj en la estación Salto del Agua.

Pasaba las estaciones y  pasaban los recuerdos sin paradas en los andenes, sin tregua, ella iba a Salto del Agua, bajo el reloj, los recuerdos la regresaban dos años atrás, se preguntarán ¿Cuántos recuerdos caben en dos años?, Pocos en ella, pocos de ellos juntos, en realidad  pocos.

Leía los nombres de las estaciones, ni el orden, ni los nombres los recuerda, pero  la estación donde subió él, esa, esa, sí que recuerda.  Doctores, leyó cuando se detuvo el metro, entre la gente que abordó, lo vio, por un momento los recuerdos se quedaron en aquel andén, y recordó el porque estaba ahí, “una aventura”, “algo diferente” iba en busca  de “algo o “alguien” ¿Qué, Quién? Ahí estaba, se olvidó de llegar  a la cita bajo el reloj. 

Se acercó  a él, pensando en cómo hacerle platica, él iba en lo suyo, con un brazo se sostenía del tubo como algunos de los tantos pasajeros, con el otro sostenía un libro, iba leyendo, y ahí estaba el pretexto perfecto para hablarle a aquel tipo bastante interesante, como pudo, logró  leer  y más que leer, fue la portada de su libro, que le dio  ese pretexto para acercarse a él  y decirle, yo también me llamo Violeta, pero sólo con una “t”,  al parecer llamó su atención,  quito sus ojos  de la página número  quién sabe, pero a esas alturas del libro, ya sabía él quién  era Violetta, con doble “t” , y la vio un algo confuso, pero  con una sonrisa de lado a lado, medio extrañado de la situación aquella. Me gustó mucho ese libro, y a ti, ¿qué tal, qué te parece?, él asintió con un ligero movimiento de su cabeza, bastante bastante bueno, le contestó, oye no me llamo Violeta  ¡eh!, mientras las estaciones iban pasando,  ya no se fijaba en los nombres, ya no le importó pasarse de aquella en la que la esperaban a las 10:00, ni le importo perderse, al fin tenía aquel boleto de más, y ahora lo tenía a él.

¿A dónde vas? Al fin le pregunto él,  a Salto del Agua,   ya la pasamos, ¡en serio!, es qué no conozco, no soy de aquí,  y ahora  cómo le hago para regresar...

Se bajaron en alguna estación, ¿Cuál?, no lo sé, ella como ya saben, no ponía más atención en los nombres, su atención estaba bien puesta en  aquel, que ahora ya no va leyendo. 

Y salieron a las calles del DF, dejaron atrás, o más bien abajo, ella a los recuerdos, a los nombres, a la cita, él a su lectura interrumpida, quizá  a otra cita, a su trabajo, a su vida cotidiana asaltada por esta chica que le salvaría…. de... de  un día cómo todos sus días.


Él también la salvo, de... de... de sus días como todos sus días.

Caminaron, cómo te llamas ya en serio, de dónde eres, qué haces aquí, ella le contestaba cada una de aquellas interrogantes, mientras veía sus ojos, la sonrisa en sus labios, le gustó endemoniadamente, hace tanto que no sentía ese calor, ese tipo de calor en  ella. ¿Por qué él, un extraño, completamente extraño, que ahora ya no lo era tanto,  despertaba y humedecía sus deseos? Quizá por lo que se dijo al principio, hay algo de emociónate en lo desconocido, y además ella andaba en busca de una aventura, de algo diferente, de “algo” o “alguien” que interrumpiera su rutina, y pasa qué, cuando deseas fervientemente algo, las fuerzas de las causalidades hace que  las cosas se sucedan al estar en el momento y lugar adecuado, pasó que ellos estaban ahí juntos, caminando, un minuto antes, un minuto después, y ellos ahora no se conocerían quizá  nunca.

Más de  las  10:00 casi las 11:00, ella recibió un mensaje al celular de aquel que estaría bajo el reloj, diciéndole que ya no la esperaba, que  se tenía que ir de urgencia. ¡Perfecto!, ya no tendría que disculparse por no llegar a  la cita.

A mí también ya se me hizo tarde, te invito a desayunar,  y por qué mejor no nos vamos, mira, ahí, ella le señalo insinuante con la mirada. 
El lugar señalado, un hotel. 
¿En serio?, mejor te invito a mi casa, desayunamos digo,  desayunamos, porque puedes quedarte si quieres, le  propuso él.
Al parecer a él también le gustó ella endemoniadamente. 

Se regresaron, a la Doctores, donde él se subió, donde ella lo abordo, regresaron al lugar del minuto aquel en el que coincidieron.

Ella era otra, era otra en otra ciudad, con un hombre desconocido, y era tan otra, que  le hizo el amor como nunca antes siquiera imaginó, desde que llegaron a su casa hasta el siguiente día, sexo, sexo y más sexo, delirante sexo, placer desbordante, cuerpos sedientos, sexo y más que eso, más que sexo, sobraron las palabras,  pero falto tiempo….

Al siguiente día ella se fue, tenía que regresar, regresar a la de antes, regresar a la vida cotidiana, a la realidad, a su realidad, una aventura así, casi nunca  tiene un final feliz… de esos  “...Y vivieron felices para siempre...”

Siempre es  mucho tiempo.


¿Y ahora cómo regreso?

Marca un número desde su celular, !Hola¡ Vienes por mí, sí, ¿dónde andas?, estoy en ...
...




No hay comentarios: