domingo, 30 de octubre de 2011

Aquel Hombre Solitario


Lo vi. 
Era inevitable que las miradas se clavaran en él, quizá exagero un poco al hablar en plural, corrijo, yo lo veía absorta, me encontraba a una distancia corta de aquél, del que hasta ahora  su imagen no se  desvanece, a pesar de sólo haberlo visto aquella noche.

Estaba a escasos pocos  metros de él, no, me encontraba mucho más cerca, a escasos pasos de él, era inevitable que atrajera mi atención:

Su cuerpo envuelto entre luces que atraviesan la oscuridad, entre notas de blues  que perforan el  corazón, entre parejas, mujeres y hombres solitarios, entre amantes, amigos y extraños y encima de todo aquello, la exquisita voz de José, que no sólo se percibe por el oído, su voz se siente por toda la piel, el órgano más grande de nuestro cuerpo , su voz estremece las entrañas; “música de entre pierna”, leí hace poco,  y esa frase resume perfecto y en pocas y bien acertadas palabras lo que es el blues de José Cruz, su voz y música son un amante:  nos besa, acaricia, embriaga, nos prende, nos vuelve locos, nos llena de placer,  también nos entristece. Su blues penetra todos nuestros  sentidos como el  amante que nos hace el amor hasta llenarnos de un placer tan exquisito, tan sublime, hasta provocar algunas lágrimas del deseo que nos inunda, que nos invade todo el ser.

Y ahí estaba él, un hombre solitario, a unos pasos de mí.

Durante el concierto volteaba a observarlo, preguntándome por qué es que  iba solo, fueron múltiples mis respuestas, sin importancia ahora.

Su cuerpo se balanceaba a compás del blues, él en medio de todos y de todo, mantenía los ojos cerrados con las manos en las bolsas de su  pantalón de mezclilla, chamarra negra, lentes y   solo…

Cada vez que lo miraba, era el mismo, moviéndose con los ojos cerrados, siguiendo la voz de Cruz, moviéndose lento o despacio según la música que nos cobijaba en ese emblemático lugar, siempre así, siempre así, durante toda la noche.

Fue que lo vi solo, fue la imagen de su cuerpo, fueron sus ojos cerrados, fue la sensibilidad  y sensualidad que vi en él, el movimiento de su ser, fue todo eso, que él despertó en mí un cierto deseo. 
Por un instante quise  acercarme a él, preguntarle su nombre y  … 
esperar el amanecer  en dónde tuviera que esperarse después de una noche así.

Mientras yo observaba aquella imagen, a  mi lado estaba el chico que acababa de conocer hace unas horas, en la fila para entrar a la tocada, con él  seguro  seguiríamos con las sesiones de blues, él  seguro me extasiaría de placer, él seguro que  es un buen amante, en su mirada podía ver que se desbordaba el deseo  y en su voz cantándome al oído “Mujer sucia”.
Seguro acabaríamos en dónde se tiene que acabar en una noche así.

Desistí  de la idea de ir con aquél hombre solitario. 

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