Llegué tarde, no me gusta admitirlo, pero ese es uno de mis
peores hábitos, mi impuntualidad.
Leí alguna vez en un libro de
poemas, donde el autor decía: “…Hasta a el amor llego tarde…” Aquella frase la hubiera podido escribir yo, y hasta alguien
o algunos más.
¿Quién no ha llegado tarde al amor?
Y ahí estaba, en un microbús que me dejaría en la terminal
de autobuses.
Ya muy retrasa, pues
no pensé que el micro, se viniera haciendo paradas, (en el buen sentido de la
palabra… ¿Cuál es el mal sentido de la palabra…?) y de media hora que yo “calculé”
que duraría el trayecto de la casa de mi ¿Novio? ¿Compañero? ¿Pareja?, hasta la TAPO, esa media
hora mal medida, se convirtió conforme avanzaban los minutos y no avanzaba el micro en casi una hora.
Y ahí estoy
caminando hacia la terminal una media hora y más de retraso, retardada,
retar-de.
Caminaba hacia la sala de espera, donde quedamos de
vernos, yo iba mandando un mensajito al
celular de Gabriel, avisándole que ya había llegado a la terminal, mientras eso hacía, caminaba sin fijarme muy
bien hacia donde iba, pues de tantas veces,
ya sabía por dónde ponía mis pies,
al levantar la vista, ya adentro de la sala, me di cuenta de que en
efecto, de tantas veces, mis pies me
llevaron pero a otra sala de espera, algo sorprendida por la nueva apariencia de la
sala me preguntaba, ¿Ya cambiaron la
ubicación de las salas….? Iba re-tarde y
re-distraída, al observar bien bien la sala, no era la de Estrella Roja,
era la de ADO.
Me reí de mí, que
re-mensa.
Corregí el rumbo de
mis pies, y me fui directo a donde me esperaba.
Platicamos... no mucho.
¿De qué se puede platicar después de varios años de no
verse?
Lo que me queda por decir es, que es la primera vez que nos vemos sin terminar abrazados en alguna cama de algún
lugar, o en la cama de su casa como en un principio.
Me sentí feliz, muy feliz, pues dicen que después de la tempestad...
...
vuelve
la calma.
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